Tal vez uno de los ejemplos más representativos y conocidos de escritor
traductor sea, curiosamente, el de un traductor que, tras haber
alcanzado un gran reconocimiento por su labor como tal, se convirtió en
un escritor de renombre internacional.
Julio Cortázar (Bruselas, 1914-París, 1984) nació en Bélgica durante la
ocupación alemana, hijo de padres argentinos. La familia residió varios
años en Suiza y España y se trasladó a Argentina en 1918. Fue un niño
enfermizo que pasó mucho tiempo en la cama, tiempo que dedicaba a leer.
Su madre, deseosa de que se aficionara a la lectura ponía a su
disposición libros de muy distintos autores. Aquel amor temprano por las
letras lo marcó y lo convirtió en un lector voraz, entusiasta de Julio
Verne, Rimbaud, Montaigne y Cocteau, entre otros. En 1935 obtuvo el
título de profesor en letras, y en los años posteriores tuvo varios
empleos como profesor, incluido el de profesor de Literatura Francesa en
la Universidad Nacional de Cuyo; si bien alternaba la actividad
docente con su trabajo como traductor, poco a poco esta segunda
ocupación fue ganando terreno.
Entre las obras traducidas por Cortázar podemos citar las siguientes: Robinson Crusoe, de Daniel Defoe; El hombre que sabía demasiado, de G. K. Chesterton; Memorias de una enana, de Walter de la Mare; El inmoralista, de André Gide; La poesía pura, de Henri Bremond; Filosofía de la risa y el llanto, de Alfred Stern; Mujercitas, de Louisa May Alcott; La víbora, de Marcel Ayme; La vida de los otros, de Ladislas Dormandi; Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar; Llenos de niños los árboles, de Carol Dunlop; y diversas obras de Edgar Allan Poe.
Fuente: Página Web La Linterna del Traductor.

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